Bleynis Egües Dueñas labora desde el año 2005 como copiloto en la Unidad Empresarial de Base Servicios Aéreos de Sancti Spíritus
Por: Lisandra Gómez Guerra / Juventud Rebelde
Sancti Spíritus. — El susto aún se le dibuja en el rostro al recordar que de niña temía a los aviones. Ahora lo maquilla con una dosis de ironía. Han pasado algunos años desde aquellos días en que, para calmar los sollozos, corría a abrazarse a la saya de la abuela de solo escuchar su paso por el cielo. Quizá ahora es ella quien arranque más de un sobresalto al sobrevolar poblados y caseríos.
«Nunca en la vida pensé ser piloto —cuenta Bleynis Egües Dueñas, y se deja llevar por una carcajada difusa detrás de dos nasobucos bien empotrados—. Mi mamá siempre me lo recuerda. Sin dudas la vida da muchos giros».
Comienza a contar esa parte de su historia con fecha de despegue en 2002, en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos de la provincia cienfueguera. Un día de guardia, la rutina y curiosidad propia de los primeros años de la juventud la impulsaron a dar el paso inicial.
«Me enteré por casualidad. Cursaba el segundo año y aún no tenía conocimientos de que existía esa carrera, mucho menos para las mujeres. Llegué al chequeo médico y me aprobaron. Luego fuimos a La Habana a otro chequeo más riguroso y lo pasé también».
Con la boleta en la mano como apta físicamente, matriculó en el Instituto Técnico-Militar José Martí (ITM). Un primer año teórico. El segundo y último con destino al Aeropuerto Internacional Ignacio Agramonte, de Camagüey, para aprender en la práctica.
«La primera vez que me subí a un avión fue para saltar en paracaídas —recuerda y suelta otra carcajada, esta vez porque es mi rostro el que deja asomar el susto—. Era parte del programa de estudio.
«Confieso que no pensé en nada. Nos agruparon de cinco en cinco, según el peso. Fui la última del primer grupo. ¿Has soñado que te caes desde una altura? Eso es lo que sientes —oírla borra cualquier miedo—. El segundo salto también lo hice sin detenerme mucho, porque ya sabía lo que me esperaba».
Vencido ese paso, en las manos de esta cienfueguera —con nombre proveniente de Madagascar— estaba la última prueba: domar una aeronave An-2.
«Nos prepararon para pilotar ese tipo de avión. Si trabajara alguna vez en Cubana de Aviación me exigirían pasar un curso para conocer las particularidades
de otros modelos, pero claro que lo básico lo conocemos.
«Ya durante mi primera vez a solas en la cabina no podía contener la emoción. Al terminar llegó el bautizo —narra sonriente—: me quitaron el overol y me colocaron en un hueco en la tierra lleno de aceite quemado de avión y agua. Al salir me bañaron con una manguera y ya ahí sí eres piloto».
A 300 metros de altura
Tras graduarse duró pocos meses con los pies en tierra. En septiembre de 2005 llegó a la Unidad Empresarial de Base Servicios Aéreos de Sancti Spíritus. Fue la primera de otras seis muchachas. Actualmente es la única copiloto mujer que forma parte del experimentado colectivo que mantiene activa la pequeña pista.
«No me he podido desprender de aquí. Creo que no somos muchas las mujeres en esta profesión porque desconocen que existe la oportunidad. Todos mis compañeros me han enseñado a mejorar la técnica de vuelo. Aquí subimos a los An-2 todos los días y eso es lo que más me gusta».
Vestida con suéter, pantalón y botines para protegerse del sol, aunque el calor a veces sea demasiado intenso, inicia cada mañana sus rutinas. Ajusta los medios de comunicación. Controla los botones en la cabina. Deja bajo las cuatro alas del An-2 sus preocupaciones y echa a volar.
«Es un avión muy seguro porque, por su estructura, si se apaga en el aire puede aterrizar sin ningún problema. Vivo enamorada de él».
Unos kilómetros al sur del aeropuerto espirituano, siempre le roba suspiros la presa Zaza, con sus quietas aguas en una inmensa bolsa. También lo hace el típico verdor del macizo de Guamuhaya. A sus 36 años, asegura conocer esta provincia desde arriba como las palmas de sus manos.
«La primera vez que sobrevolé la Zaza creí que había llegado a la costa. Cuando está llena es un gran mar. Disfruto mucho ver las casitas, la vegetación y los animales, porque parecen salidos de una maqueta».
Hasta la zona del Sur del Jíbaro llega prácticamente todos los días para eliminar plagas. Lo único que le incomoda de su profesión es pensar en los daños que pudieran provocarle los químicos que manipula; por eso extrema las medidas sanitarias y sistemáticamente se somete a chequeo médico. Además de esa faena cotidiana, ha prestado servicios al Grupo
Empresarial Geocuba y también ha trasladado la prensa impresa a lugares de difícil acceso.
«Las trayectorias más largas que he realizado han sido Sancti Spíritus-Santiago de Cuba y Sancti Spíritus-Pinar del Río. Volamos a 300 metros y la altura más baja es la de dos metros, para fumigar. Es la que más me gusta, por la adrenalina. Ya tengo casi 5 000 horas de vuelo».
—¿Y los sustos?
—Dicen que los aviones son los medios de transporte más seguros y también lo creo. Recuerdo una vez que íbamos para Cienfuegos y debimos regresar porque comenzó a vibrar mucho sobre las montañas. Casi al aterrizar se estabilizó, pero ya estaban aquí los bomberos y ambulancias. Igual sucedió en una ocasión en que nos quedamos sin aire para frenar y estábamos cargados de fertilizante. Nunca estamos solos porque desde la torre de control nos guían y cuidan.
—¿Casualidad o extremo cuidado el que solo tengas en tu ruta de vuelos algunos sustos?
—Pilotar una aeronave es una responsabilidad de equipo: piloto-copiloto. Si ambos tenemos cuidado no tiene por qué pasar nada grave.
Los pies en la tierra
El mundo de Bleynis Egües Dueñas prácticamente transcurre en las nubes. Si pasa una semana fuera del aeropuerto espirituano llega a sentirse mal: «Cada 20 días aproximadamente voy a mi casa en
Cienfuegos a ver a mi mamá, pero en ese tiempo extraño demasiado esto, porque soy feliz aquí».
—¿Te ves mucho más tiempo en un An-2?
—A los 60 años se retiran los pilotos, aunque se sientan bien. Si la situación del país mejorara y entraran más aviones, quizá apostaría por incursionar en la aerolínea Cubana. Por ahora no pienso en eso. Lo que sí te digo hoy, no sé mañana, es que, si me dejan, pilotaré después de los 60.
—Allá arriba la COVID-19 no debe ser preocupación…
—Bueno, no hay aglomeración —otra vez una risa—. No obstante, aunque nos asfixiamos del calor, viajamos con dos nasobucos.
Y lo confirmo. La veo ir hasta el biplano monomotor. La robustez de la aeronave impresiona. Pero Bleynis Egües Dueñas le ha encontrado las cosquillas. Tras la señal de partida, el An-2 se va haciendo pequeño. Imagino que ella, al vernos, sonreiría como siempre sucede cuando la saludan desde tierra.